La Gran Sabana
Como veís al ser hoy mi primera vez estoy que lo tiró, jajajaja. Bueno como os comenté antes de vez en cuando hago una escapadita para conocer alguna parte recóndita de Venezuela. La última vez fui a la Gran Sabana y aquí os dejo mi experiencia en esos maravillosos parajes custodiados por los tepuys, las cascadas y los indios pemones.
Expedición: Hacia la Gran Sabana
Miembros: Penélope, alias Pope. Una valenciana de Xátiba, que tiene un
encanto especial para que mosquitos, zancudos y demás insectos
que puedan picarte
Rocío, alias, La Ro. Una venezolana de Caracas, también conocida
por los adolescentes pemones como europeo de pelo largo, ¿será por su sombrero
de cowboy?
Ricardo, alias, Aich (sonido gutural con el que se dirigía a él un miembro
de nuestra expedición para sacarle la piedra). Un venezolano de Caracas
Laura, alias japonesa (que quieres, me dan una cámara de fotos y me vuelvo
loca, jajaja). Una cántabra de Astillero y quien escribe estas líneas
Destino: La Gran Sabana
Estados: Miranda, Anzoátegui y Bolívar
Recorrido: Caracas, Puerto La Cruz, Toroncito, Torón, Aponwao o Chinemerú, Kanavayen, Karuay, Kanavayen, Puerto La Cruz, Caracas
Duración: 6 días
La verdad es que esta fue una aventura totalmente inesperada, de hecho yo pensaba pasar esos días currando en el fascinante mundo del monitoreo de medios, pero, por suerte, mi jefe se apiadó de esta españoleta aventurera y ¡me dieron los días libres!
Mientras en España se utiliza el asueto carnavalesco para llenar las calles de disfraces, carrozas, charangas y murgas; al otro lado del charco lo que se estila es lanzarse a las carreteras para invadir las playas de sombrillas, cavas, tumbonas, domingueros,... y después de varios días tostándose al sol, comiendo rompecolchone s (como su propio nombre indica, un viagra natural elaborado con los productos del mar) y tomando wiskhy hasta perder el conocimiento, volver a casa con un bronceado a lo Marujita Díaz.
Pero nosotros decidimos liarnos la manta a la cabeza y conducir durante 16 horas por tres estados para conocer una de las regiones más antiguas de la tierra, cuyos tepuys nos demuestran su majestuosidad dejándonos observar sus cimas en los días despejados y cuyas cascadas nos abruman con sus ensordecedoras cataratas.
Como sabíamos que, como diría Pope, se trataba de un viaje express o speed viaje, decidimos salir el jueves por la noche y conducir hasta Puerto La Cruz, donde haríamos noche en el “Raspinfly”, el velero y niño co nsentido de Ricardo. Después de dormir apenas 4 horas, el viernes colocamos como pudimos todas las cosas en el maletero, aunque el asiento de atrás (donde íbamos Pope y yo) seguía invadido de sacos de dormir, esterillas, chaquetas,... No sin cierta dificultad para encontrar un huequito libre en el que aposentar nuestros españoletos traseros, nos montamos en Yupi, el todoterreno de Rocío y verdadero protagonista de esta aventura (nos llevo hasta los lugares más inhóspitos y no nos dejo en la estacada ni una sola vez) y partimos hacia nuestro destino. Aún nos quedaban 12 horas hasta llegar a la Gran Sábana, pero una vez pasamos el majestuoso Puente de Angostura y oteamos Ciudad Bolívar nos despertamos del todo y disfrutamos del paisaje que íbamos dejando atrás, como la Piedra de la Virgen, una inmensa roca que aún no sabemos por qué se llama de la Virgen, porque cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Llegamos al que sería nuestro primer campamento, El Toroncito, sobre las 5.30 de la tarde, justo a tiempo para montar nuestra tienda de campaña antes de que anocheciese. Rocío nos deleito con una cena de gourmet, milanesa con queso fundido, una botellita de vino y dulces árabes de postre, ¿quién da más? Sólo había un problema, las cervezukis que nos habíamos comprado no las podíamos tomar porque ¡NO COMPRAMOS HIELO! ¿Quién tendrá la culpa, Ricardo? Esa noche vimos algo alucinante, mientras estábamos tomándonos el vino vimos una luz muy fuerte que nos alumbraba por detrás y que se iba acercando, iba paralela a la tierra y parecían tres fuegos artificiales, pero por su duración, su trayectoria y su potencia esa no era la explicación, de repente, cuando entró en contacto con la atmósfera era como si se derritiese,.... ¡HABIAMOS VISTO UN METEORITO! Atención, que quede claro, ya sé que dije que habíamos estado bebiendo vino y fumando, pero debo aclarar que eso no fue producto de nuestra imaginación, ni una catarsis colectiva, cuando llegue a Caracas, Víctor me confirmó que ese día cayó un meteorito en Maturín. Por cierto, el momento quedó debidamente inmortalizado con un brindis y un sentido discurso de Ricardo: “Hemos sido testigos de un momento inigualable, excepcional...” y demás cosas que se suelen decir en estos casos.
Al día siguiente, con el subidón de meteorito fuimos a visitar el Torón, otro salto de agua mucho más grande que El Toroncito donde antes se podía llegar en carro, pero la erosión acabo con la vía por la que se llegaba a él. Así todo, Yupi se portó bien y atravesó el río sin ningún problema para llevarnos a conocer a su hermano mayor. Aunque sólo vimos la parte de arriba de la cascada era impresionante, y no precisamente por el torrente de agua que se veía caer, sino por lo contrario, porque sólo se veía como el agua mansamente se dirigía hasta un punto donde dejaba de existir, como si hubiese llegado al fin del mundo.
ESTA HISTORIA CONTINUARÁ...