Canaima y el Salto Ángel (III)
A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, los más madrugadores de esta singular expedición abrieron sus ojos. Los más perezosos, entre los que me incluyo, no tardamos demasiado en seguir sus pasos y a las 6 de la mañana estábamos todos en pie. Por desgracia no todo era alegría en nuestro campamento, Santiago vete tú a saber si por la empapada durante la tormenta de ayer, por un pedazo de pollo que encontró malo en la cena o por el vodka que se tomó, las elucubraciones que se llegan a hacer en estos casos abarcan todas las posibilidades, amaneció con un malestar estomacal incesante.
Tal vez por que Víctor le dio un medicamento para que se mejorase, tal vez como premio a no probar bocado de un delicioso desayuno a base de arepa, périco, galletas de soda y jugo de naranja, la cosa es que Santiago mejoró y pudo emprender la hora de caminata que nos esperaba para poder mirar y admirar el Salto Ángel. Los que no se unieron a la excursión fueron los dos venezolanos, dijeron que subirían un poco más tarde, decisión que traería, más adelante, nefastas consecuencias.
Después de caminar un buen rato entre una densa vegetación y un suelo lleno de raíces, insectos y demás fauna y flora autóctona, llegamos al mirador donde la imponente catarata de 983 metros de caída de agua que es el Salto Ángel nos daba la bienvenida. Por desgracia y a pesar de ser cerca de las 10 de la mañana, la cima del tepuy donde se encuentra su nacimiento estaba rodeada de inmensas nubes blancas que apenas nos permitían adivinar la magnitud y brutal caída de esas aguas. Contrariamente a la visión idealizada que uno tiene de una cascada, esta no transcurría por peldaños de roca antes de precipitarse hacía el vacío. Esta catarata se arrojaba directamente al abismo, sin apenas rozar las paredes de roca que la rodeaban, su agua va perdiendo fuerza según cae y una vez abajo, según me contó Jesús, que ha llegado a ir hasta el mismo pie del salto, se parece a una fina lluvia que nos va envolviendo. Una vez abajo, el agua, a través de unos delgadísimos riachuelos, que terminan juntándose y dan paso a otro pequeño salto, se deja caer en una tranquila poza, donde los maravillosos visitantes pueden bañarse y recargar, en sus cristalinas y enigmáticas aguas, toda su energía.
Tras esperar cerca de diez minutos a que una climatología compasiva abriese ante nosotros el nacimiento del salto, decidimos irnos a bañar a la poza, a ver si tal vez durante nuestro chapuzón, los dioses indígenas nos permitían ver su más grande creación. Por suerte, les debimos caer simpáticos porque al poco tiempo, nuestros ruegos se cumplieron y pudimos deleitarnos de una cascada en todo su esplendor, como de ello dan buena cuenta las fotografías que aquí les muestro.
Fotos, fotos y más fotos, los lugares eran demasiado y la vista impresionante como para descargar un rollo entero. Tras la admiración inicial que dejo grabada esta maravilla natural en nuestros ojos, la visión que teníamos del salto pasó a ser a través de nuestros objetivos. Justo enfrente del Salto Ángel, a kilómetros de distancia, pero perfectamente visible ante nuestras retinas, había otra cascada que, tal vez, intentaba hacer sombra a un coloso mayor.
Esta historia continuará...