Los policias acostados
Confieso que le he visto el filón a este país demasiado tarde. Llevo un año por estos lares y no se me había ocurrido plasmar, negro sobre blanco, todas las conductas características que he ido descubriendo en este maravilloso territorio bolivariano. Pero como bien dicen nuestros mayores, más vale tarde que nunca, y hoy, sábado 24 de septiembre de 2005 a las 17 y 38 minutos, he cogido el toro por los cuernos y aquí me tenéis, escribiendo un montón de palabras que finalmente, cuando cierre está página de word, espero que se apiaden de mí y decidan ordenarse y cobrar sentido.
Para comenzar me voy a remontar muchos meses atrás, cuando apenas llevaba unos días en la patria de Bolívar. Miguel, mi taxista (todo un personaje del que no tardaréis en tener más noticias), había venido a buscarme a la radio donde yo laboraba. Nos dirigiamos hacia mi casa, cuando me d

Total, que intentando guardar en el baúl de los olvidos semejante espectáculo, volví a fijar mis ojos en la carretera, justo cuando Miguel gritaba “Ahí va el último policia acostado” y pisaba el acelerador. Y fue ahí, justo en ese momento de lucidez, cuando me di cuenta de que no estabamos hablando de policias (con su uniforme reglamentario, su gorra reglamentaria, su pistola y su porra reglamentarias y su siempre cara de malas pulgas reglamentaria) sino que de los que estabamos hablando era, nada más y nada menos, que de los BADENES!!!!!!!!!!! que habíamos dejado atrás. Entonces, tuve plena conciencia de que, hablar español, no supone entenderse en todos lo casos. Aunque, la verdad, no me quejo por lo menos el año que llevo aquí me ha regalado un bonito acento a lo Boris Izaguirre.