Encrucijada de palabras

"Soy un individuo de una especie animal elevado por mis semejantes a la dignidad de ser humano". No sé de quien es la frase pero sí que es realista, por eso espero que a través de este espacio logre alcanzar algo de ese ser humano del que habla. Dicen que este nuevo medio de comunicación es aislacionista, que no fomenta el calor que te brinda una amistad, pero cuando quieres hablarle al mundo y no importa quién pueda escuchar, no importa que forma utilices, lo importante es conseguirlo.

28 junio, 2008

En nombre de mis pies

Eneko, como todos los días desde hace tantos años que ya no consigue recordar cuándo fue la primera vez, emprendió el camino de regreso a su casa. Sabía que no era la ruta más corta, ni la más bella, ni siquiera la que más le agradaba y, sin embargo, no sabía por qué, pero no podía dejar de doblar a la izquierda en la esquina de la panadería y encaminarse hacia ese estrecho, sucio y olvidado callejón, y eso que lo había intentado muchas veces, pero sus pies nunca le hacían caso, se rebelaban, pataleaban y le dominaban por completo, sometiendo a Eneko a su propia voluntad.
Como decía, Eneko emprendió su camino de regreso a casa, era una tarde gris, y aunque para él todas las tardes eran grises, está realmente lo era, las gotas de lluvia se deslizaban por sus cabellos, colándose por el cuello y atravesando su espalda, lo que le producía un escalofrío casi instantáneo. Iba cabizbajo, intentando adivinar qué pensaban sus pies, que en ese momento no se resistieron a chapotear en un pequeño charco, cuando lo vio. Era un pequeño cofre de madera, sin talla alguna, golpeado y empapado por la lluvia, se notaba que era antiguo y estaba resquebrajado, la madera, aunque de pino, había sido oscurecida con nogalina, le recordó a él.

Tardó en recogerlo, aunque le atraía como un imán no se atrevía a mancillarlo, algo le decía que tocar ese receptáculo de madera, aunque fuese levemente con las yemas de sus dedos, era como profanarlo. Al final, después de quince minutos bajo la lluvia mirándolo como hipnotizado, sus pies, que siempre habían sido más valientes que él, no aguantaron más la situación y avanzaron. Eso sí, lentamente, como si ellos también sintieran el aura especial que emana de aquel cofre.

Su primera intención fue utilizar su gabardina para alzarlo, pero se dio cuenta que estaba mojada y llena del barro de aquel charco en el que sus pies lo hicieron saltar instantes antes, decidió entonces que sus manos, purificadas por las gotas de lluvia, eran las más indicadas para, con una suave caricia, levantar el cofre del suelo y protegerlo de ese torrencial aguacero que lastimaba cada vez más su ya endeble madera. Nada más tocarlo Eneko se sintió mal, era como si su cuerpo reaccionará al saber que había hecho algo indebido, pero después cuando, refugiado en un portal, se quitó la gabardina y se despojó de su chaqueta, con la que cuidadosamente envolvió su pequeño tesoro recién encontrado, ese malestar se transformó en un hondo sentimiento de paz y de tranquilidad que nunca había experimentado antes. Su mente cambio ese perenne color gris y se demudó en un arco iris de mil colores.

Así, explorando esa nueva sensación que lo embargaba, y siendo él el que por primera vez dominaba a sus pies, se fue corriendo a su casa. De repente, sin saber muy bien cómo y qué había pasado desde que recogió el cofre hasta llegar a su habitación, se vio sentado en su viejo y desvencijado sillón. Miró el reloj, habían pasado cuatro horas desde que salió de la oficina, Eneko nunca supo qué le había pasado en ese tiempo.

De lo que no se olvida Eneko es de su sorpresa cuando, después de haberlo sopesado por varias horas, después de contemplar por miles de minutos esa pequeña caja colocada en el centro de una pequeña mesa desnuda, y después de reconfortarse con su nuevo sentimiento de liberación por un tiempo más, se decidió a levantar la dañada tapa y ver que dentro… sólo había cenizas.

Se quedó quieto y su rostro se demudó. ¿Cómo era posible que sólo hubiese cenizas y, lo más importante?, ¿qué habían sido antes esos minúsculos trozos de polvo? Poco después, tras una inspección más concienzuda de la caja se dio cuenta de qué habían sido esas cenizas antes de ser reducidas por el fuego. Entendió porque ese nuevo sentimiento nació en su ser y lo poseyó como nunca antes. Al pasar su delicada, fina y lisa mano de oficinista por la parte interior de la tapa notó algo irregular, como si el dueño anterior hubiese rayado esa parte de la madera. Intrigado se fijó en ese fragmento horadado de la estructura y tras forzar repetidamente sus ojos logró enfocar lo que allí había escrito, unas letras que ya apenas se leían pero que, en su simpleza, revelaban una realidad sobrecogedora para Eneko, revelaban un nombre.

Eneko fue consciente en ese mismo instante de que su vida ya no volvería a ser la misma, es más, que su vida había dejado de ser su vida para pasar a ser la de otro, la vida del nombre que a duras penas se distinguía entre la dañada madera de la tapa de ese cofre que, ahora sabía que no había sido casualidad, había encontrado bajo la fría lluvia, la cual se deslizaba entre sus vetas y ajaduras como si ese objeto inanimado llorase.

Sabía que ese nuevo sentimiento de libertad, que esa nueva sensación que lo embargaba, siendo él el que por primera vez dominaba a sus pies, era sólo el principio de una metamorfosis que ya no tenía retorno. A partir del instante en que sus retinas vieron ese cofre, Eneko, aún sin saberlo, había dejado que ese nombre que ahora acababa de descubrir le poseyera. Se había convertido en el vehículo conductor de las emociones de esas cenizas, en las que, aunque no se notase, seguía palpitando un corazón mucho más fuerte que el suyo. Por eso no había sido casualidad que lo encontrase, estaba ahí esperándolo porque sabía que Eneko no tenía la energía vital necesaria para resistirse a él. Su cuerpo sí, y por eso le había avisado. Ahora recuerda que antes de ese sentimiento de profunda paz se había sentido mal, incluso sintió un ligero mareo que casi le hizo perder el equilibrio, pero no hizo caso a esas señales de advertencia y ahora su cuerpo también está bajo el influjo de ese nombre.

A los pocos días Eneko se miró en un espejo y no se reconoció, pasó una semana y ya apenas recordaba nada de su infancia y su juventud, no se reconocía en las fotos y mucho menos a las personas que aparecían junto a él. Al mes se preguntaba de quién sería ese apartamento y por qué había acabado viviendo allí; mientras que su familia, sin ya siquiera reconocerle la voz, le llamó para preguntarle si sabía algo del anterior dueño del apartamento pues desde hacía tiempo no sabían nada de él. Al año en esa casa ya no quedaba ni rastro de su pasado, en su empresa le despidieron porque no sabían quién era y se acabó ganando la vida haciendo pequeños y sencillos cofres de madera en los que grababa el nombre del dueño en la parte interior de la tapa. Eneko había dejado de ser dominado por sus pies, pero eso era algo que ya ni siquiera podía recordar.

Caracas, 28 de junio de 2008.


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