Diciembre
Ya comenzó el último mes del año, y con él la Navidad, fecha llena de contradicciones y sentimientos contrapuestos. Es tiempo de compartir, de hacer un repaso de lo que fue el año que ya termina, de reencuentros y felicidades… una fecha espiritual y solidaria donde todo es paz, amor, y alegría o por lo menos eso debería ser. La realidad es otra. Indiscutiblemente está es una época para los niños, aunque los valores que se les debería inculcar como son el respeto, el compartir y la amistad han dado paso a la compra compulsiva, el ocio por el ocio y los caprichos. Mientras, para la gente adulta estás son épocas de nostalgias y recuerdos de los seres queridos que ya no están, convirtiendo la alegría en lágrimas y el reencuentro en dolor. Los centros comerciales se llenan al ritmo que los bolsillos se vacían y unos momentos que tendría que ser de fraternidad se convierten en aceleradas compras navideñas, que muchas veces esconden la falsedad y el resentimiento que se siente hacia el destinatario del regalo. ¿Por qué regalar a alguien que no quieres?, ¿porqué es la tradición?, ¿la tradición de quién? Vivimos inmersos en un mundo en el que ya no se piensa, se actúa por instintos y tradiciones, sin pararse a pensar qué hacemos y por qué lo hacemos. La Navidad, a pesar de todos los esfuerzos de la Iglesia Católica, hace mucho tiempo que perdió su significado religioso y no creo que se pueda recuperar. La deformación ha sido tal que únicamente sólo quedan vestigios de la celebración tradicional, los cuales se resumen en poner en nuestras casas un nacimiento en el que ya no creemos.