Encrucijada de palabras

"Soy un individuo de una especie animal elevado por mis semejantes a la dignidad de ser humano". No sé de quien es la frase pero sí que es realista, por eso espero que a través de este espacio logre alcanzar algo de ese ser humano del que habla. Dicen que este nuevo medio de comunicación es aislacionista, que no fomenta el calor que te brinda una amistad, pero cuando quieres hablarle al mundo y no importa quién pueda escuchar, no importa que forma utilices, lo importante es conseguirlo.

20 octubre, 2006

Canaima y el Salto Ángel (IV)

Aunque estuvimos allí más de una hora, el tiempo en estos lugares pasa rápidamente y antes de lo que nosotros hubiésemos querido tuvimos que despedirnos de la cascada más alta del mundo. Justo cuando llegábamos otra vez al mirador, a echar un último vistazo, llegaban los venezolanos. Jesús, que se temía lo que iba a pasar les aviso: “No os tardéis mucho, tenemos que salir rumbo a Canaima pronto, estar en el campamento a la 1.30”. Una vez realizado el camino de vuelta, nuestra magnifica tripulación, salvo Jesús que fue con nosotros, nos habían preparado unos deliciosos y abundantes espaguettis a la boloñesa para comer. Por desgracia, Santiago se sentía mucho peor, aunque pudo llegar a disfrutar del Salto Ángel tuvo que irse mucho antes que nosotros debido a su malestar. El mal de estómago había dejado pasó a los vómitos y la fiebre, además, teníamos también una lesionada: Silvina había tropezado y se había hecho un esguince en el tobillo. Después de comer esperamos hasta la 1.30 a los venezolanos que, claro está, no aparecieron. Era la segunda vez que nos hacían esperar y el ambiente se estaba caldeando, Jesús no les podía dejar allí porque sería despedido de inmediato, pero nosotros creíamos que era una falta de respeto para con el grupo saltarse las horas de salida de las curiaras a la torera. Nos estaban retrasando todo el camino de vuelta por el río y eso significaba dejar de hacer alguna parada para llegar a tiempo a Canaima. Mentándoles a la madre decidimos irnos a esperar a la curiara, por eso de la presión psicológica, pero nada, que los criollitos se lo estaban tomando con mucha tranquilidad. Jesús salió corriendo y descalzo (el siempre andaba por el bosque descalzo) a buscarles, pero quiso la suerte que los localizase pronto y a los pocos minutos los vimos aparecer. Cristina, como portavoz del resto del grupo se acercó hasta ellos para decirles que lo que habían hecho era una falta de respeto, que cuando se va en grupo hay que respetar las horas de salida, durante el resto del tiempo podían hacer lo que quisieran pero no podían retrasarnos a todos. Mientras la chica estaba muerta de la vergüenza, el tipo le espetó: “A mi me importa un carajo lo que ustedes quieran, yo he venido acá con mi novia, no con ustedes, si yo llegó a saber que tenemos que compartir con otros me hubiese ido a Mérida”. Después de esa muestra de sinvergüendura nos dimos cuenta de que el hombre de Crogmañon aún se movía entra nosotros y que una peculiaridad de éste era la inocencia: ¿Pensó en algún momento que a su novia y a él le iban a asignar una curiara con una cabeza de cisne y un inmenso corazón? Para tener la fiesta en paz y no avinagrarnos el viaje decidimos dejar las cosas así, además fueron ellos los que tal vez por pena, tal vez por prepotencia no nos podían mirar a la cara. Menos mal que el resto del grupo vio que los venezolanos son gente bien de pinga y que estos dos especimenes eran sólo la excepción que confirma la regla.

Como el día era soleado pudimos parar en el Caimán, donde había unas rocas enormes en medio del río, mientras nosotros nos bañábamos la parejita feliz disfrutó de su almuerzo y Santiago, que seguía enfermo, era paseado en la curiara cual majaraja. Después seguimos viaje hasta llegar a Canaima, donde la primera parada fue el ambulatorio, aunque como la doctora no se encontraba nos fuimos al campamento a ducharnos y cenar.

Después de las consultas médicas, y unos antes que otros, nos reunimos todos para cenar y tener una amena sobremesa. Fue entonces cuando Jesús nos contó que la pareja de venezolanos habían pedido un guía y una curiara exclusivamente para ellos y, para no tener problemas, se lo habían concedido. Por suerte mañana no tendríamos que estar pendientes de ellos ni de sus desplantes. Al final de la velada sólo quedamos Jesús, Cristina, Hidaki, Víctor y yo, que decidimos ir a contemplar la laguna de Canaima bajo la luz de una luna casi llena, para lo que se nos unió Yolanda. Hidaki y Jesús estaban concentradísimos escuchando la música del mp3 de Cristina, aunque no se atrevieron a echar un bailecito. Hidaki también tuvo tiempo de escribir todos nuestros nombres en la arena con la pictografía japonesa. Como última parada fuimos a la terraza restaurante del hotel más caro del campamento, donde sentados en unos cómodos sofás, contemplamos la inmensidad de la laguna. Ya rendidos y con ganas de reponer fuerzas para nuestra última jornada en estas tierras mágicas, nos fuimos a dormir.

Esta historia continuará...


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