Encrucijada de palabras

"Soy un individuo de una especie animal elevado por mis semejantes a la dignidad de ser humano". No sé de quien es la frase pero sí que es realista, por eso espero que a través de este espacio logre alcanzar algo de ese ser humano del que habla. Dicen que este nuevo medio de comunicación es aislacionista, que no fomenta el calor que te brinda una amistad, pero cuando quieres hablarle al mundo y no importa quién pueda escuchar, no importa que forma utilices, lo importante es conseguirlo.

23 mayo, 2006

Miguel, el taxista

Os dije que no tardaríais en saber más sobre Miguel, el taxista, y nos os engañaba. Como lo prometido es deuda, aquí os reseño alguna de sus historias. Comenzare diciendo que cuando llegue a Venezuela me quedaba en Sabaneta, a las afueras de Caracas, una zona poco urbanizada y rodeada de una bella vegetación, pero con unos medios de comunicación terrestres desastrosos. Debido a dicha coyuntura, me servía de mi querido taxista Miguel para desplazarme hacia mi puesto de trabajo. Miguel es un tipo de lo más cachondo, un adulto contemporáneo al que le gusta la parranda.

Entre sus virtudes estaba la de parar en una licorería para comprar unas birritas que nos ibamos tomando de camino a casa, el remedio ideal para amenizar nuestras charlas en medio de las inmensas colas que se forman en las mal llamadas autopistas (no se puede llamar por ese nombre a una carretera que se colapsa a las 6 de la tarde y que más que una vía parece un aparcamiento, de lo poco a poco que van avanzando los “carros”) de Caracas en las horas pico. Si, como lo oís yo y mi taxista, cervezuqui en mano, esperando que aquello avanzase, algo realmente impensable en España.

El pobre Miguel no duraría un segundo al volante en la querida madre patria (de hecho, ningún venezolano estaría circulando más de tres minutos sin que un picoleto le plantase una multa de aupa por algo que en Venezuela no tiene ninguna importancia). Menos mal que Miguel no piensa viajar a España, por lo menos, por el momento.

Pero lo mejor de Miguel era su don de gentes, me explico. Un día llegó a buscarme y había una chica sentada en el puesto del copiloto, la cual me presentó como su novia y que además me vendió muy bien. Resulta que la susodicha (que, raro entre venezolanos, apenas hablaba) era peluquera, por lo que rápidamente Miguel me la puso a la orden para que solventase cualquier inquietud que yo pudiese tener sobre cortes de pelo y que ella, evidentemente, se prestaba a solucionar manejando sus tijeras diestramente sobre mis maltratada cabellera.

Estaba yo en esas de plantearme hacer algo con mis pelos cuando, otro día, me voy a montar al coche y veo que hay otra chica, jovencita, en el asiento del copiloto. Me acomodó en el asiento trasero, Miguel arranca y mirando hacia atrás a la vez que me guiña un ojo me dice “mira Laura, esta es mi novia, María”. Imaginaros la sonrisa picarona que le dedique. Resultaba que me había ido a encontrar con todo un play boy y yo desaprovechando tremenda oportunidad de probar las virtudes amatorias, mundialmente conocidas, de estos ejemplares de macho caribeño.


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