Encrucijada de palabras

"Soy un individuo de una especie animal elevado por mis semejantes a la dignidad de ser humano". No sé de quien es la frase pero sí que es realista, por eso espero que a través de este espacio logre alcanzar algo de ese ser humano del que habla. Dicen que este nuevo medio de comunicación es aislacionista, que no fomenta el calor que te brinda una amistad, pero cuando quieres hablarle al mundo y no importa quién pueda escuchar, no importa que forma utilices, lo importante es conseguirlo.

23 octubre, 2006

Canaima y el Salto Ángel (V)


A la mañana siguiente todos sabíamos que nos quedaba poco tiempo en este maravilloso lugar, ya que a las 12, después de una pequeña excursión matutina, teníamos que estar en el aeropuerto de Canaima para coger nuestra avioneta, la cual nos llevaría de vuelta a Ciudad Bolívar en un viaje de una hora que, minuto a minuto, nos transportaría a la realidad de nuestra propia cotidianidad. Hicimos un rápido desayuno a base de queso, jamón, una panqueca, jugo y café. Acto seguido, para poder aprovechar al máximo nuestras escasa horas, nos fuimos al embarcadero para montarnos en la curiara que tras cruzar la laguna nos llevaría a la Isla Anatoly para contemplar los saltos Sapo, Sapito y Hacha.

Hago un alto aquí para informaros de que antes de llegar al embarcadero pasamos por la plaza Bolívar de Canaima, ya os comenté una vez que esa plaza existe en todos los pueblos venezolanos por más recónditos que sean, y me hice la correspondiente foto para añadirla a mi colección personal.

En 10 minutos estábamos en la Isla Anatoly donde, después caminar un poco, nos topamos de frente con la parte superior de El Sapo, desde donde puedes contemplar un paisaje espectacular de la Laguna de Canaima a la vez que sientes la relajación de oír como un agua mansa hasta hace breves instantes cae enfurecida hacia su irremediable destino. Atravesamos El Sapo por arriba y nos bañamos en un cercano recodo del río.

Después y tras otra breve caminata de apenas 5 minutos llegamos a El Sapito, al cual también entramos por su parte superior. De ahí y por un terreno algo más intrincado seguimos sendero para llegar de nuevo a El Sapo, pero esta vez por la parte de abajo donde contemplamos el salto de agua en toda su magnificencia. Como os imagináis las cámaras fotográficas no dejaron de hacer clic, clic, clic durante lo que llevábamos de recorrido y eso que aún quedaba más. Aquí los chicos del grupo se arriesgaron a bajar por una zona bastante mala hasta una roca cercana al Sapo para después ir nadando hasta su misma base. Yo no lo pude resistir y dije “sí ellos van también yo puedo hacerlo” y me lance para allá. Realmente fue una sensación indescriptible, más aún cuando al subirnos a un pequeño saliente y quedarnos todos rodeados de agua los rayos del sol hicieron aparecer ante nosotros no un arco iris, sino un CÍRCULO IRIS, ya que la refracción de la luz se daba en todo nuestro alrededor.

Después de volver a nadar a la orilla y escalar por las rocas hasta tierra firme pasamos el Sapo por dentro viendo desde las entrañas de sus rocas esa cantidad de agua cayendo hacia la laguna donde, minutos antes, otras aguas nos estaban bañando a nosotros. De aquí fuimos andando durante unos 15 minutos hasta donde nos esperaba la curiara para regresarnos a Canaima, eso sí, antes pasaríamos por el Salto Hacha. La potencia de esta cascada es bastante fuerte así que allí no nos pudimos dar un chapuzón pero, como ya hicimos con el Sapo, sí pudimos adentrarnos en su mismo corazón caminado por dentro de él, de una esquina a otra. Lamentablemente, ese sí era el final, de ahí saltamos a la curiara, atravesamos la Laguna, llegamos a Canaima y allí, después de esperar a que Hidaki comiese, era el único que tenía el almuerzo incluido, partimos al aeropuerto rumbo a Bolívar. Todavía en el campamento nos despedimos de Santiago y de Rocío que, al seguir Santiago algo enfermo del estómago, no hizo la excursión, por lo que decidieron quedarse un día más. En el aeropuerto tuvimos que decir adiós a Cristina, Yolanda e Hidaki, que seguían sus vacaciones venezolanas rumbo a Delta Amacuro, Mochima y Los Roques. En la avioneta fuimos hasta Puerto Ordaz con Greg, Silvina y Carolina, ellos se quedaron allá para tomar un vuelo a Caracas mientras Víctor y yo fuimos en la avioneta hasta Ciudad Bolívar para, mientras esperábamos a que lleguen las 8 de la noche, cuando salía nuestro autobús, hacer algo de turismo histórico. Las necesidades terrenales mandan y nuestros estómagos estaban alborotados, así que antes pasamos por el Mercado La Carioca donde los pescadores venden lo que consiguen, pero como eran ya casi las 4 de la tarde estaba prácticamente desierto y de vaina conseguimos comer unos deliciosos pez rayado y pez lau lau. Con la barriga ya llena nos dirigimos al casco histórico.

Ciudad Bolívar es el actual nombre de Angostura, ciudad donde Bolívar dio su famoso discurso homónimo el 15 de febrero de 1819 durante el Segundo Congreso de Venezuela, discurso que sentó las bases fundamentales para la constitución de la Gran Colombia. Allí visitamos la catedral, la infaltable Plaza Bolívar, la casa donde tuvo lugar el Segundo Congreso de Venezuela, que fue también la sede del taller de impresión de El Correo del Orinoco, primer periódico venezolano. De allí fuimos a otro edificio histórico que estaba al lado y que hoy alberga la sede de la Gobernación del Estado y del que sólo puedes visitar la recepción, por eso de la seguridad, así que tampoco pudimos apreciar mucho del edificio por dentro. Después fuimos a otra casa colonial, que al ser sede de otro estamento gubernamental tampoco pudimos ver en exceso, prácticamente sólo nos dejaron vislumbrar el patio interior. Por suerte la antigua cárcel era ahora un museo y aún conservaba la celda donde Piar fue encerrado antes de morir fusilado en una de las paredes de la actual catedral (en la cual se conserva la pólvora que dejo el disparo en la pared y donde se colocó una placa conmemorativa). Luego bajamos hasta el Paseo del Orinoco para, caminando paralelos al río, llegar a la casa de las Doce Ventanas, donde teóricamente Simón Bolívar escribió su discurso de Angostura.

Tras esta breve visita nos dirigimos hasta el Terminal de autobuses donde esperamos un par de horitas más en compañía de un chico que Víctor conocía en Ciudad Bolívar y nos hizo el favor de comprarnos los billetes de vuelta, reservarnos la habitación del hotel de la primera noche y esperar hasta que el autobús llegó por nosotros. La aventura había terminado, pero por lo menos tuvimos la dicha que muchos venezolanos no pueden alcanzar, conocimos una región mágica que recargó nuestras energías y nos hermanó con la naturaleza.

Y esta historia terminó.



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