La belleza de San Telmo y Costanera
El domingo no pude hacer mucho turismo, el trabajo obliga, pero al final del día sí que pude conocer un poquito más uno de los barrios con más tradición e historia de la capital bonarense, el barrio de San Telmo.
Mi primera intención era visitar el Barrio de San Telmo y el Barrio Palermo. El primero se caracteriza porque los domingos sus calles se convierten en una feria de antigüedades y el segundo en un mercado de ropa. Es más, en Palermo los negocios, como bares y restaurantes, durante los días dominicales adaptan sus espacios y las convierten en tiendas de ropa, que según me cuentan es barata y diferente. Como comprenderéis me moría de ganas por ir a los dos sitios, pero no fue posible.
Pero en la noche, al terminar de trabajar, decidí acercarme a San Telmo, y como lo mejor para contar nuestras impresiones sobre un lugar es recurrir a los recuerdos del momento, voy a plasmar aquí las palabras que escribí sobre ese paseo nocturno por las antiguas y empedradas calles de Buenos Aires.
El taxista que nos había acompañado durante todo el día, amabilísimo, simpático, buena gente y al que se le cae la baba cuando habla de su nieta, José Manuel es su nombre, me dejó en la Plaza Dorrego, en el corazón de San Telmo y me dijo que si quería volver caminando al hotel para poder disfrutar del Buenos Aires nocturno sólo tenía que agarrar la calle Defensa y seguir todo recto hasta la Plaza de Mayo, a unas 10 cuadras. Una vez allá yo sabía llegar al hotel, de hecho había que seguir también recto, por lo que no había perdida, no tenía que torcer ni una sola esquina.
En la plaza Dorrego quedaban los últimos vestigios de un día de bullicio, colorido, música, antigüedades y artesanía. Los últimos vendedores recogían sus puestos, ya desprovistos de mercancía. Por suerte en la plaza había gente bailando tango, alguien había puesto un equipo de música en la calle y las parejas se animaban a seguir el ritmo de las notas.
Estuve un rato deleitándome viendo los elegantes pasos del baile nacional argentino, sus notas acompasadas, su sentimiento, sus sensualidad, sus historias,... y después decidí sentarme tranquilamente en uno de los cafés que rodean la plaza a tomarme una cervecita nacional.
Cuando entré al local estaba sonando música reggae, el sitio era pequeño pero bien bonito y agradable. La decoración era tipo egipcia, con varias figuras en cartón piedra, cuyo personaje predominante era Nefertiti. Al lado de la puerta, en la parte superior, y también de cartón piedra, hay una mano gigante de cuyos dedos cuelgan collares y pulseras de cuentas que, como me cuenta la mesera, un día decidieron colgar los muchachos (suponemos que los que trabajan con ella) y allí se quedaron.
El lugar se llama Caffé del Doge y hay tres lámparas espectaculares que me llevaría a mi casa si me dejasen. Pero lo que me encantó fue una esfera de discoteca pero cortada por la mitad y cuyos espejos no son brillantes, más bien opacos, como de espejo antiguo. Espectacular.
Al sentarme pedí una cerveza argentina, me ofreció una litrona pero me pareció excesivo, aunque la birra más pequeña que tenían no era mucho menos, 660 ccl que termine echándome al gaznate. Pensé, bueno, haremos el esfuerzo, jajajajajajaja. La marca de la cerveza con la que me consentí por un duro día de trabajo se llama Antares. Es artesanal y según ponía en la etiqueta es fruto de la visión de dos emprendedores jóvenes del Mar de Plata que quisieron conservar y cultivar la tradición cervecera argentina. Es elaborada al estilo de los colonos alemanes que, como todos sabemos, algo saben de asuntos cerveciles. Sabe rica, aunque es algo fuerte te deja un regustillo agradable pero raro.
Aunque he visto poco del barrio de San Telmo, creo que ha sido amor a primera vista. Es bohemio, uno de los más antiguos, con tradición, lleno de vida, con mucha juventud,... Cuando comience a caminar de vuelta al hotel espero conocer un poquillo más. Aún siendo entre las sombras de la noche, que a veces son las más interesantes, las que te alejan de tiempos y lugares y te dan el matiz correcto, la esencia del momento.
Afuera sigue sonando la música, las parejas siguen bailando tango... yo doy mis últimos tragos a la cerveza. En instantes iré caminando unas 15 cuadras hasta llegar al hotel. Vuelta a la rutina. Por lo menos habré disfrutado, aunque sea por breves instantes, de la magia de San Telmo.
Tras varios minutos de haber comenzado a caminar por la calle Defensa, tal y como me dijo mi amigo José Manuel, me paré en un escaparate de anticuario, pero no de esos pomposos que ya por encima se ve que te van a cobrar un ojo de la cara. No, en una de esas típicas tienditas llenas de tratos colocados de forma aparentemente descuidada pero que, cuando entras, te parece que todo está en el sitio exacto donde debería estar. Pues bien, de repente se abrió la puerta y le pregunte al dueño, a las 9 y pico de la noche, si podía pasar. Me dijo que por supuesto y allá me metí, encendió las luces y recorrí tranquilamente la tienda. Después de preguntar varios precios decidí comprar un reloj bellísimo, es como una caja de madera cuyo frente es un azulejo antiguo, que antaño era recorrido por las agujas de bronce dos veces al día. El reloj no funcionaba, aunque se le podía dar cuerda y sonaba, por lo que tal vez algo estaba desencajado, por eso me queda la esperanza de que mi abuelo, gran coleccionista de relojes, me lo pueda arreglar, aunque sino da igual, porque es una belleza en si mismo. Lo más llamativo es que valía 80 pesos y, sin yo mediar palabra, el propio vendedor me dijo que me lo dejaba en 50. Así que esa noche, dormí contenta porque, aunque tuve que trabajar, finalmente fue un lindo día.
Se me olvidó comentar que en la tarde hicimos un alto en la jornada para comer, fuimos a un restaurante de la Costanera, de donde me lleve una vista maravillosa. El lugar queda a la orilla del Río de la Plata. Ya estaba atardeciendo y a los pescadores que se reúnen allí a disfrutar de su soledad, le acompañan los que simplemente van a pasear con sus familias. La cañas, al borde de la barandilla que las separa del río, una detrás de la otra, esperan pacientemente a que la carnada sea mordida para dar la señal de aviso a sus dueños. El sol ya está cayendo y los reflejos rojizos y el resplandor del mar son espectaculares. Luces y sombras envuelven a los pescadores que saben que, dentro de poco, deberán recoger sus pertenencias para esperar otros seis días y volver a su refugio, su remanso de paz particular.