Las colas
Hay una cosa a la que todavía no me he acostumbrado, las colas. Esta es una cuestión que en Venezuela es algo intrínseca, el venezolano desde que nace ya sabe que es una cola y que el mundo se rige en base a ellas. Pero ojo, no estamos hablando de la típica colita en el supermercado para pagar la compra, no, estamos hablando de colas inconmensurables que se funden en el horizonte sin lograr nunca vislumbrar su final.
Realmente hay colas para todos los gustos:
De tráfico, las horas pico caraqueñas son insoportables, dime tú si llueve, que parece que la ciudad se colapsa, y para avanzar de un lugar a otro del que distan apenas 300 metros te puedes tirar, así a lo tonto, una hora.
Institucionales, esto es cuando tienes que ir a hacer algún trámite a alguna dependencia gubernamental. Allí mejor llévate la paciencia al hombro y acompáñala de una revistita, un tentempié por si te da el hambre y un rosario para rogar que no tengas que volver mañana.
De transporte: Esta se relaciona directamente con el primer ejemplo, ya que además de calarte una cola de varios metros de largo que da la vuelta a la manzana, debes tener la inmensa suerte de caber en el primer carrito que llegue y no tener que esperar a un segundo, o incluso tercero, y además si es hora pico o ha llovido no te va a quedar otra que aguantar estoicamente una autopista trancada donde se avanza a la orden de 1 metro cada 5 minutos.
De servicios, si quieres reparar o comprar un teléfono o algún accesorio, así como si quieres usar un locutorio para hacer alguna llamada, prepárate para esperar porque seguramente habrá alguna que otra cola a la que sumarte antes de poder entrar al establecimiento y realizar tu diligencia.
Bancaria, y no una colita bancaria a las que podemos estar acostumbrados en España. Los 15 y 30 de cada mes, sobre todo, aquí se montan filas interminables para depositar las nóminas o retirar parte del sueldo para salir a bonchar, pagar deudas o cualquier otra cosa. Las aglutinaciones son tan grandes que fácilmente puedes tirarte dos horas de pie, y si tienes mucha suerte en un asientito, dentro de una entidad bancaria esperando tu turno.
En fin, ya sé porque dicen que los caribeños son más bien tranquilos, sin prisas, ni peos por llegar tarde, están curtidos en las largas colas que cada dos por tres se cruzan en su camino y eso les ha inmundazo la prisa y el desasosiego por el paso del tiempo. Su paciencia se vuelve infinita, al contrario de las personas que no están acostumbradas a esa parsimonia y se estresan por la tranquilidad con lo que hacen todos los caribeños. Y parece ser que yo, con todo este tiempo acá, me he vuelto más tranquila (y eso que yo soy - ¿o era?- como una chinche que no puede estarse quieta), por lo menos eso decían mi madre y algunas de mis amigas, cuando volví a casa por Navidad.