Último día en Puerto Montt
El día siguiente era nuestro último día en Puerto Montt, y después de haber pasado la noche de marcha evidentemente no estábamos por la labor de levantarnos pronto, aunque a nuestra querida vieja, sí, la dueña del hospedaje, no le parecía lo mismo. A las 9 de la mañana nos empezó a aporrear la puerta diciendo que ya nos teníamos que ir y dejar la habitación. Su razón, ya la había vuelto a alquilar. Pope, arrecha, como es lógico, la dijo a través de la puerta que la salida de los hospedajes era al mediodía, como en todos los establecimientos de ese tipo, y que nosotras nos íbamos a ir a esa hora. La vieja pareció calmarse un poco aunque, según me contó Pope, ya sabéis que yo duermo como una ceporra y ya me pueden tirar una bomba al lado que ni así me despierto, volvió alguna que otra vez, por lo que la pobre Penélope, con el sueño más ligero, durmió bastante menos que yo.
A las 12, como dijimos, salimos de la pensión y después de dejar nuestras mochilas en la consigna de la estación de autobuses, fuimos hasta el puerto de Puerto Montt, donde después de admirar los mariscos y pescaditos frescos que tenían una pinta buenísima, aunque realmente no teníamos mucha hambre, después de una noche de fiesta no te da mucha hambre, desayunamos algo ligerito. Con nuestros estómagos satisfechos nos dirigimos a satisfacer nuestros bolsillos, es decir, a recorrer las tiendas de artesanía de los alrededores para comprar algún recuerdito de nuestro paso por aquellos lares a nuestros amigos y familiares y también, porque no, para que se muriesen de la envidia porque nosotras estuvimos y ellos no, jajajajaja.
Mientras miramos tiendas fuimos volviendo a la ciudad, encontrándonos de frente con el Meli Pulli, un pueblito de artesanos muy peculiar que merece la pena recorrer. Allí nos metimos en una tienda donde hacían pirograbados en madera y cuero, el duelo era muy simpático y estuvimos un buen rato con él mientras nos contaba en que se inspiraba para hacer los dibujos, los cuales reflejaban el modo de vida de los indios que habitaron esa zona hasta que fueron exterminados por los colonos. También hacía algún que otro motivo marinero propio de Puerto Montt, aunque no tenían tanta mística como los otros. El señor, tan majo, nos regaló un pedacito de cuero con nuestros nombres y el de Puerto Montt para que nos acordásemos de nuestra visita.
Tras esto, y bastante exhaustas porque no habíamos dormido lo suficiente, estuvimos dando una vuelta por la Plaza de Armas y la iglesia, en el otro extremo de Puerto Montt, donde incluso entramos en una pequeña feria del libro, aunque no era muy buena que digamos.
De ahí volvimos al pueblito artesano, donde entramos a un restaurancito a comer, dejar de pasar frío, porque hacía un frío del carajo, y esperar pacientemente a que llegase la hora de agarrar el bus, que por cierto, está vez, como Pope tenía que ir a trabajar nada más llegar, era en la clase cama, en la que, como en los aviones, te dan hasta desayuno, una pasada.
Después de papear ya nos entró un poco la desesperación, aunque entramos a una carpa donde había algunos puestos de artesanía y un hombre cantaba todo inspirado con una voz horrible, y de lo que nos reímos escuchándolo se nos pasó un poco el tiempo, al igual que en la entrada de la estación, donde estuvimos hablando con un artesano que hacía flores con alambre y piedras de colores, de las que nos llevamos un par cada una para regalar. Por fin, nos montamos en el bus, reclinamos el asiento todo lo que pudimos, que casi era horizontalmente, nos echamos la manta que te dan por encima, colocamos la almohada y nos abrazamos, o por lo menos lo intentamos, a Morfeo. En 12 horas estaríamos de vuelta a Santiago.
El puerto de Puerto Montt, está un poco alejado del pueblo en sí, pero es un bonito paseo por la costa, además en las inmediaciones hay cantidad de tiendas de artesanía. Allí hay puestos que te venden pescados y mariscos, pero también frutas y verduras.
Almejitas ricas, ñam, ñam (esto tiene una doble lectura total, menos mal que la foto aclara, jajajaja)
Y mejilloncitos
Y cangrejitos
Lo que se dice una auténtica verdulera
En Puerto Montt, cerquita de la estación de autobuses hay un pueblito de artesanos que se llama Meli Pulli, que por su singularidad merece ser visitado
Allí nos encontramos a este artesano que se dedica a hacer dibujos en madera y cuero mediante pequeñas quemaduras, la mayoría de sus trabajos son sobre las costumbres de los indios patagónicos que vivieron por esos lares hasta que fueron exterminados por los colonos y, los menos, sobre la actividad pesquera de la zona. A Pope y a mi nos regaló un pedazo de cuero con nuestro nombre y la inscripción Puerto Montt para que recordásemos nuestro paso por el lugar
En la consigna de la estación de buses había un cartel con el precio que costaba dejar las cosas dependiendo de lo que fueran, nos llamó la atención porque se incluían desde centrífugas, hasta lavadoras, pero lo más curioso de todo eran las motosierras, que costaban 5.700 pesos
Cuando ya íbamos a agarrar el autobús de vuelta a Santiago, a las afueras de la estación, nos encontramos a este artesano que hacía unas hermosas flores con alambres y piedritas de colores