Mochima, un paraiso
Aprovechando que el 24 de julio es fiesta nacional porque se conmemora el natalicio del Libertador Simón Bolívar, Sandy ofreció su casa en Mochima para ir a pasar allí ese puente largo, y como a mí lo de viajar, como habéis podido comprobar, no se me da nada mal, ahí que me lance. Por suerte tengo un jefe que es lo máximo y cuando le pedí el viernes 25 no me puso ninguna pega. Lo malo es que algunos de los muchachos del teatro que pensaban ir al final no pudieron. El viaje de por si, empezaba y terminaba bien, el 23, día que salimos, era el cumpleaños de Gonzalo y el de vuelta, era mi cumpleaños, así que teníamos mucho que celebrar.
Mochima está a unos 400 kilómetros de Caracas y como íbamos en carro el viaje era largo, las carreteras no es que sean muy buenas que se diga, pero merecía la pena. Además, como Sandy llevó la camioneta y Jorge su carro el trayecto se hizo entretenido echándoles carro a los que se fueron con Jorge por lo lentos que iban, pero al final el tronco móvil cumplió como todo un campeón.
Mochima es espectacular, aunque es un lugar turístico el pueblo no ha crecido demasiado, sigue conservando su esencia de gente de mar, dedicada a la pesca y los viajes en peñero para acercar a los visitantes a sus maravillosas playas, porque eso es una de las cosas bellas que tiene Venezuela, muchas playas no tienen acceso terrestre y en eso reside su encanto, salvo por algunos puesto de comida y la gente que alquila toldos, siguen siendo espacios semivírgenes. Aunado a eso Mochima es un parque nacional formado de islas.
Qué reconfortante es eso de levantarte por la mañana, asomarte a la ventana y esnifar ese olor a salitre que te llega de la mar, esa mar que tienes enfrente, llenando la inmensidad de tus ojos. Y más reconfortante aún es cuando, después de desperezarte, bajas al puesto de empanadas de enfrente y te comes una de camarones, definitivamente uno de los mayores placeres astronómicos en la vida, y es que, muchas veces, lo más sencillo es lo que más nos satisface.
Realmente, en esta zona del mundo las tonalidades del agua es algo que te envuelve. Es un mar cristalino que dependiendo de la profundidad de sus aguas te regala a la vista diferentes gamas de azules, verdes e incluso morados en algunos puntos, dependiendo del color de las rocas. Los corales también es algo que me arrebató los sentidos, la flora subacuática, tan desconocida para nosotros, es algo espectacular, más aún cuando la recorren peces exóticos de brillantes colores que te obnubilan la vista. Sólo deciros que cuando pasó cerca de mí un banco de peces de un plateado resplandeciente me sentí en un documental de Jacques Cousteau. En mi vida había hecho snorkel y fue una de las mejores experiencias de mi vida, junto con el paracaidismo. Aire y agua, elementos a simple vista tan comunes para nosotros que yo redescubrí a plenitud en Venezuela.
Mención aparte el momento en que cerca del peñero apareció una manada de delfines, que, aunque se hicieron rogar, salieron a la superficie extasiándonos con su demostración de libertad.
La verdad es que poco más puedo decir del viaje, nos reímos, la gozamos, jugamos cultura chupística, incluso tuve unas breves clases de reguetón y conseguí, a fuerza de escucharla, aprenderme la canción “Se supone”, de Luis Fonsi, que, podríamos decir, fue la banda sonora del viaje, junto a todo el disco de Aventura. Pero como os decía, mejor que yo os lo cuente es que vosotros mismos los veáis.
En el muelle, mientras esperábamos el peñero, un pelícano se calentaba al sol.
La típica foto, no todo son sólo los paisajes, hay que demostrar que una estuvo ahí, jajaja.
Otra perspectiva desde el mismo lugar.
Le agarré el gusto a lo psicodélico. Al fondo la cueva de la Virgen.
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