No llores por mí, Argentina
Y llegó el jueves, cumplido el trabajo llegó la hora de despedirse de Argentina.
Ese último día, comimos junto a Fanny, Andrés y Alejandro, nuestros hospitalarios amigos, aunque faltaba la polifacética Carolina, en Puerto Madero. Puerto Madero es una parte de la ciudad dedicada a restaurantes, una zona gastronómica, aunque también universitaria, pues allí se encuentra la sede de la Universidad Católica. Antes era parte del puerto bonarense, por eso todos los edificios son iguales, de ladrillo rojo y dos alturas, pues, este lugar donde se pueden degustar las famosas carnes y los grandes vinos argentinos, está instalado sobre los antiguos almacenes aduaneros, los cuales fueron restaurados a tal efecto, otorgando al lugar una bella continuidad arquitectónica que sólo es rota al entrar a los diferentes establecimientos, estos sí, con sus decoraciones particulares y únicas.
Voy camino del aeropuerto y en la boca me quedaba un regustillo amargo, me hubiese gustado poder quedarme unos días más para descubrir cada uno de los rincones que entre sus calles esconde Buenos Aires. Pasear por Palermo, San Telmo y Caminito, hablar con la gente, conocer Recoleta y La Boca, recorrer Puerto Madero y Retiro, husmear en cada plaza, cada avenida, cada rincón, admirar sus edificios, sus estatuas, ir al teatro, ver tango en el Tortoni, visitar sus jardines, sus museos, sus iglesias, en especial la ortodoxa rusa,... tantas cosas que quedaron por hacer, pero no me apena porque eso es garantía de que volveré y ya no sólo a Buenos Aires, sino a viajar por Argentina y visitar lugares tan espectaculares como Tierra de Fuego. Hay países y lugares donde, aunque apenas estés por unas horas, te atrapan y se quedan grabados para siempre en tus pupilas, algo así es lo que me pasó a mi con Argentina, y es por esa razón que, más temprano que tarde, volveré.