Navegando entre el hielo milenario
Era nuestro último día en Puerto Natales y lo íbamos a pasar navegando hasta los glaciares Balmaceda y Serrano, que estaban a tres horas y media de navegación. Para llegar hasta allí atravesamos por el Canal Señoret y después por el Fiordo última Esperanza, me encanta ese nombre, ¿por qué lo llamarían así? A esta excursión también fueron Sam y Dimitris, hacía un frío del carajo, más aún en el barco, llovió un poco y hubo un momento en que está en la cubierta era mojarse seguro, pues el viento hacía que las olas chocasen fuertemente contra la embarcación, pero la verdad es que lo pasamos bien. Claro, hasta que salió el sol, pasamos algún rato en el interior del barco, por lo que algunos aprovecharon para dormir un poco. El glaciar Balmaceda lo vimos desde el barco y, bueno, como comprenderéis, después de contemplar el Perito Moreno no nos impresionamos mucho. El glaciar Serrano no se ve desde el barco, hay que bajar y recorrer unos pocos metros, no es tan asombroso como el argentino, pero también tiene su encanto. Estuvimos un rato allí, muy cerquita de este témpano de hielo gigante, esperando a que los turistas, como nosotros, no hay que engañarse, se fueran y poder hacer unas fotos del glaciar sin gente por mitad. Allí, como Sam y Dimitris tenían la comida incluida en el tour y nosotras no, nos regalaron sus sándwiches, que nos cayeron divino, menos mal que siempre encontramos gente que se preocupase por nuestros estómagos, jajajaja. En el camino de vuelta me subí a una roca bastante grande para poder hacer unas fotos, y menudo guantazo que me pegue porque estaba resbaloso, menos mal que no fue nada más que un adolorido culito durante unos minutos, bueno y el moratón, claro. Menos mal que no le pasó nada a la cámara, era lo que más me preocupaba. Pope primero se asustó, me caí y no se me veía, pero cuando me volvió a ver y supo que estaba perfectamente, ahí ya no se pudo aguantar y le dio la risa, igual Dimitris y Sam. Yo hubiese hecho lo mismo.
Tras esto fuimos a otra parte del Parque Nacional Bernardo O´Higgins, que es donde esta el glaciar Serrano, desde donde se ve desde más lejos, pero desde un ángulo en que se percibe mucho mejor. De ahí San y Dimitris se fueron en zodiac hasta Torres del Paine, que aún no conocían, y nosotras empezamos el viaje de regreso a Puerto Natales en el barco. Allí, la tripulación nos dio, como dicta la tradición, un vasito de pisco con hielo milenario, que habían cogido del glaciar, bueno, de los que se habían desprendido del glaciar y habían llegado hasta la orilla. Como dije no teníamos la comida incluida y en la hostería donde había la posibilidad de comer era bien cara, así que decidimos ayunar y aprovechar para echar una cabezadita mientras los demás bajaban a comer. Penélope se quedó frita en un pis-pas pero como yo no podía decidí bajar y echar una mirada por los alrededores, la verdad es que le lugar era bien bonito y aproveche para hacer unas fotos, aunque al rato tuve que volver porque se puso a llover. Cuando volvo la gente una chica que habíamos conocido en cubierta se acercó a nosotras y nos dio unos chocolates, se dio cuanta de que no habíamos bajado a comer y se compadeció de nosotras porque ella también había sido mochilera. Resulta que de Puerto Rico, igual que su marido, que trabajaba en la Embajada de Estados Unidos en Chile. Eran, bueno, son encantadores. Nos contaron que tenían dos hijos y que habían vivido en Brasil y en un año se iban a Italia, yo de mayor quiero ser como ellos, debido a que era diplomático y había tenido tantos destinos sus hijos hablaban, español, inglés, portugués y estaban aprendiendo italiano, qué envidia. Nos trataron súper bien e incluso, como volvimos a Santiago en el mismo vuelo, que se había retrasado, y cuando llegamos no había ni bus, ni metro ni nada, y tendríamos que agarrar un taxi y gastar más real, ellos se ofrecieron a llevarnos hasta nuestra casa, como finalmente hicieron.
En la noche fuimos a cenar y también a tomar algo a la taberna donde fuimos la primera vez, en la que por cierto, había un futbolín y después de una bochornosa partida la primera vez que fuimos, ese día me reivindiqué y metí muchos goles, hasta Sam decía que era como Raúl. Vale, hubo una parte de suerte bastante importante, pero también hubo una buena parte de destreza futbolera, jajajaja. Ese día no nos fuimos muy tarde porque al día siguiente teníamos que madrugar para agarrar el bus punta Arenas, conocer la ciudad por unas horas e ir al aeropuerto para tomar el avión de vuelta a Santiago. Por cierto, os había dicho que la suerte que tuvimos al llegar a la Patagonia y conseguir los dos últimos boletos a Puerto Natales se nos volteó, y es que cuando, después de volver del paseo en barco, fuimos a por nuestros pasajes de bus no encontramos ninguno para el mediodía, para un día que podíamos dormir, y tuvimos que irnos a primerita hora de la mañana, y después de mirar en varias agencias porque todos los buses están llenitos.
Aprovechando para echar una cabezacita.
¿Babor o estribor?
Navegando, que ancha es Castilla, bueno, el Fiordo de la Última Esperanza.
Desde el barco.
En la proa, tipo en Titanic pero sin un maromo al lado y con un frío y un viento impresionantes, como ya habréis notado.
La primera mirada al glaciar chileno.
El glaciar Serrano, en la Patagonia chilena.
Dimitris, Sam y Pope autofotografiándose.
Otro glaciar más conquistado, jejejeje.
Como observáis estaba un poco nubladillo pero se podía ver el glaciar perfectamente.
Pope en todo su esplendor.
Los árboles, bueno, los tronco, del Parque Nacional Bernardo O' Higgins.
Es mucho más estrecho y pequeño que el Perito Moreno, pero es mucho más empinado. Provoca agarrar un plástico, los de pueblo no usamos trineo, jajajaja, y lanzarte glaciar abajo.
Es que si llegabas hasta ahí, como me paso en el Lago Grey, tenías que tocar el hielo.
Y eso que es de Xátiva, aquí está Pope como toda una chicarrona del norte, con el abrigo en la mano.
Flotando sin rumbo
Los pedazos desprendidos del glaciar llegan como pequeños trozos de hielo a la otra orilla, que está lleno de ellos.
Pope y yo brindando con el pisco enfriado en el hielo milenario del glaciar Serrano con que nos agasajó la tripulación, bueno agasajó, agasajó tampoco, que vendría incluido en el precio, al menos el pisco, jijijiji.
Y la otra cara de la moneda, mejor dicho, del brindis.
No sé si es porque siempre me he nacido al lado del mar, pero siempre me han gustado las barcas, más aún las desvencijadas y abandonadas, será mi vena nostálgica.
En las orillas del fiordo el tronco de lo que otrora fuera un magnífico árbol descansa en paz.
La desembocadura del río.