Encrucijada de palabras

"Soy un individuo de una especie animal elevado por mis semejantes a la dignidad de ser humano". No sé de quien es la frase pero sí que es realista, por eso espero que a través de este espacio logre alcanzar algo de ese ser humano del que habla. Dicen que este nuevo medio de comunicación es aislacionista, que no fomenta el calor que te brinda una amistad, pero cuando quieres hablarle al mundo y no importa quién pueda escuchar, no importa que forma utilices, lo importante es conseguirlo.

08 septiembre, 2007

Buenos Aires- Montevideo- Buenos Aires (pasando por el Café Tortoni)

El lunes fue un día de bastante trabajo, con reuniones por aquí y por allá, así que no pude conocer ningún lugar nuevo. El martes también fue un día movido, aunque en la mañana fui a la Daia, sede de la Comunidad Judía en Argentina, la cual sufrió un atentado el 18 de julio de 1994, que dejó un saldo de 86 muertos. Por está razón la seguridad allí es máxima, teniendo que pasar un control y un registro para poder acceder al edificio. En el interior una escultura recuerda a los caídos. Es una placa de metal horizontal puesta en el suelo, en ella está recortada la silueta de una persona (como las que se pintan con tiza en las escenas del crimen) y el hueco ha sido rellenado con piedrecitas de los restos del edificio, que quedó derruido después del atentado. Por último, una placa de metal vertical se une con la horizontal, justo donde está la cabeza del hombre yaciente, en ella está escrita una oración por las víctimas. Hay otra escultura, está más alegórica a la religión judía, con la menorah o candelabro de siete brazos. Se trata de varios paneles verticales pintados de muchos colores llamativos, uno detrás de otro. Si lo ves en perpendicular todos los paneles forman una colorida imagen de la menorah.

Otro edifico que pude admirar esa mañana fue el Congreso, impresionante, de estilo neoclásico y coronado por una gran cúpula verde. Lo ví de pasada, desde el taxi, así que no puedo dar muchos detalles. Está al final de la Avda. de Mayo, pasando el obelisco y el Teatro Colón. Frente a él hay una gran plaza, la verdad es que el lugar es bien bonito.

Ya en la tarde nos dirigimos al puerto de Buenos Aires, desde donde partimos a Montevideo, aunque estaríamos sólo unas horas, lo justo para cumplir unos compromisos de trabajo y volver a Buenos Aires. La travesía en barco de Argentina a Uruguay dura tres horas, así que si alguna vez visitáis Buenos Aires podéis dedicar un día a conocer Montevideo. La capital uruguaya es bastante diferente a Buenos Aires, aunque también conserva muchos de sus antiguos edificios, lo que le hace poseer unos rincones de gran belleza. La Plaza de la Independencia, con el Hotel Victoria y su casino; la Plaza de la Libertad, donde está la sede del Poder Judicial, el Congreso, un hermoso edificio neoclásico que vale la pena visitar, son algunos de los lugares emblemáticos de Montevideo que pude conocer, aunque fuese de pasada. La gente en Uruguay, aunque también es encantadora y muy amable, es más triste que en Buenos, más que triste, melancólica. Una chica nos dijo que según la gente eso se debe a que los uruguayos son herederos de los españoles y se sienten melancólicos de su tierra; mientras que los argentinos heredaron la alegría de los italianos. La verdad es que Uruguay tiene 3 millones de habitantes y en lo que va de año han emigrado 24.000, lo que para una población tan pequeña es muchísimo. Montevideo es una ciudad pequeña, no tan cosmopolita ni cultural, pero estoy segura de que también tiene sus encantos y si la conoces te atrapará. En mi viaje no pude apreciarla en su justa medida por lo que tengo una deuda pendiente con ella que algún día pagaré con gusto.

En la noche, de vuelta a Buenos Aires, fui al Café Tortoni, el más famoso y antiguo del país sureño, un lugar lleno de historia. Espectacular. Entrar por sus puertas es trasportarte a otro tiempo. Las mesas, las sillas, la caja registradora, los camareros, el vitral del techo, las cortinas, los muebles, los elementos decorativos, todos te llevan a principios del siglo XX. Por un momento te crees en otra época, época de galanes, tango, bohemios, escritores, pactos entre caballeros, conspiraciones secretas, amores imposibles,... todas y cada una de las historias que deben haber pasado por sus mesas desde que se abrió en 1858. Por allí han pasado grandes figuras argentinas como José Luís Borges o Carlos Gardel; pero también personajes más contemporáneos, como Hillary Clinton, el Rey de España o Michelle Pfeiffer. Incluso Federico García Lorca visitó el Tortoni.

Una cosa maravillosa que puede hacerse en el Café, reservando con antelación, es ver espectáculos de tango, que presenciados desde este lugar lleno de recuerdos e historias tiene que ser algo inolvidable, con otro sentimiento, con otra pasión…, desde otra época. Yo no tuve esa dicha, lo tengo pendiente en mi agenda, así que si tú tienes esa oportunidad no la desaproveches.

En fin, el Café Tortoni es una parada ineludible en el recorrido por Buenos Aires, ya que en él se conserva la tradición porteña de más de un siglo. Frecuentado por escritores, periodistas, pintores y músicos que, quién sabe si gracias a la inspiración encontrada en el Tortoni, supieron plasmar con su arte la tradición y la historia del país.


Estadisticas web